Cuando me preguntan por mi opinión sobre el fenómeno político del año, es decir, la irrupción en el tablero de Yolanda Díaz y su plataforma Sumar, respondo que ella aspira a representar a una franja del electorado que, guste o no a otros, existe, y probablemente cuente con casi hasta unos cuatro millones de votantes. Si es ella quien los representa y no Pablo Iglesias y la capillita ministerial que sabemos, mejor. Porque la de Sumar, si no se malogra, que puede que ocurra, es, y creo no ser el único que opina así, una opción mucho más razonable, menos insultadora y que sabe que no se juega con las cosas de comer.
Dudo mucho de que ambos, Sumar y Podemos, acaben confluyendo; Díaz sabe que llevar a Ione Belarra o a Irene Montero como número dos en su candidatura no haría más que restarle apoyos, en lugar de sumarlos. Hoy, Unidas Podemos es una opción casi marginal en sus poco fundamentadas opiniones extremistas, en su falta de realismo político y en sus rencores, que no son pocos. Eso, además de que a mucha gente no le gusta que le insulten, e Iglesias, el ‘jefe en la distancia’ es una máquina de fabricar improperios.
¿Logrará Pedro Sánchez formar una opción de gobierno con Yolanda Díaz a la vez que se debilitan sus lazos con Bildu y Esquerra? Tengo la impresión de que empezaremos a intuirlo, y con enorme velocidad, tras las elecciones autonómicas y municipales de dentro de treinta y nueve días. Desde entonces hasta las elecciones generales, el país se convertirá en un hervidero de intentos de pactos y rupturas, y no desdeñaría yo que acabasen aproximándose algunas posiciones transversales, es decir, entre un PP que quiere apoderarse del centro con la desaparición virtual de Ciudadanos y un PSOE que quiere englobar, pactando con Sumar y no con este Podemos clásico, lo que serían planteamientos socialdemócratas ‘avanzados’.
Los dos partidos nacionales mayoritarios han de entender que los que están a sus respetivos extremos son sus peores enemigos. Y que el pacto con los nacionalistas, como lo hizo José María Aznar, es inevitable, guste o no, tanto para la derecha como para la izquierda. Pero se trata de pactos puntuales, a veces arriesgados, como los que ensaya Pedro Sánchez, con desigual fortuna, según los días, en Cataluña y en Euskadi, no acuerdos globales de los que depende la permanencia del inquilino de La Moncloa en su despacho. ¿Un atisbo del nuevo camino podríamos verlo reflejado en el tímido acuerdo para la reforma del ‘solo sí es sí’ entre PSOE y PP, que ha suscitado un enfurruñado silencio en Vox y una ruidosa irritación en las portavoces podemitas Montero y Belarra? Demasiado pronto para responder categóricamente.
No quiero echar las campanas al vuelo. Si existe una aproximación real entre Sánchez y Feijóo, sea más o menos probable, más o menos sincera, se evidenciará en los comicios generales, no antes. Pero yo creo que el presidente del PP sabe que su carrera hacia La Moncloa estará lastrada si Vox mantiene algunos de sus comportamientos -aunque hay que aceptar que el partido de Abascal está tascando el freno en bastantes cuestiones- y Sánchez parece haber comprendido que, de la mano de Podemos, ERC y Bildu, su carrera presidencial puede haberse terminado. Que hay que hacer una política diferente, vamos, en la que la confrontación, el garrotazo y tentetieso, no sean el santo y seña de cada día.