Es verdad que Pablo Casado ha pedido demasiado tiempo para asimilar su derrota y buscar una salida probablemente fuera del partido. Pero lo que no pueden hacer sus ex compañeros, y hasta hace nada “leales” colaboradores es, tras negarle el pan y la sal, hacerle responsable del declive de las siglas, consecuencia de los escándalos de corrupción de las etapas de Aznar y Rajoy.
Es cierto que se amparó en sus promesas de acabar con la lacra que había llevado a destacados dirigentes del PP al banquillo de los acusados para apuntar sin pruebas a su más molesta oponente política, la Presidenta de la Comunidad de Madrid. Fue una prueba más de que a la política nacional, en la peor etapa de crispación, hay que llegar con más tablas, experiencia y un saco de desconfianza cargado como una mochila.
Encerrado en su despacho de la novena planta de Génova 13 con tres fieles incondicionales por toda compañía, repitiendo como un mantra que no ha hecho nada malo para tan terrible castigo, ve como su “amigo” Mañueco le culpa de las duras críticas con que los populares europeos han recibido su pacto de gobierno con Vox. Es verdad que Pablo Casado acudió a despedirse de los dirigentes de su grupo en el Parlamento Europeo, pero según los allí presentes sólo habló cuatro minutos, no mencionó los pactos en Castilla y León, ni a su rival Ayuso y solo trató de justificar su mandato finiquitado de manera tan abrupta.
También es un hecho que el anticipo electoral en Valladolid se pactó entre Mañueco y él. El primero quería gobernar en solitario y el segundo darle una lección a Ayuso. Casado se volcó en la campaña y se fotografió con todas las vacas de la región, pero el que figuraba en la papeleta era el que ahora ha pactado con Vox. Y lo ha hecho con la aquiescencia de Feijóo al que van a llevar en volandas al poder los que antes aclamaban a Casado.
No hay que hacer leña del árbol caído y más cuando, por primera vez en lustros, un dirigente del PP va a salir de Génova sin ninguna acusación de corrupción en la maleta. Hay tantos a los que más les valdría estar callados como Esperanza Aguirre o el expresidente valenciano, Camps, para quien la fiscalía pide dos años y medio de cárcel por prevaricación y fraude pero, que, aún así, pretende presentarse como candidato a la alcaldía de Valencia. Los hay irredentos y con carta blanca para seguir teniendo apoyos.
La falta de credibilidad del proyecto de Casado es en parte, sólo en parte, responsable del crecimiento de la extrema derecha de Vox. Pero conviene no olvidar que, frente a su durísimo choque en el Congreso, Abascal y los suyos no se han apeado del calificativo de “derechita cobarde” destinada al PP. Queda por saber cómo van a calificar a la formación de Núñez Feijóo, un hombre más reflexivo y moderado. Queda mucho por ver.