Quién nos iba a decir que después del “fin de la historia” cantado por Fukuyama y el posterior tsunami globalizador de la economía íbamos a tener necesidad de desempolvar los manuales del siglo XX.
Términos como “guerra fría”, “telón de acero”, “destrucción mutua”, han vuelto al discurso político y mediático en esta parte del mundo civilizado, habían llegado a creerse que la diplomacia, el comercio y la cooperación internacional iban a desterrar para siempre el recurso a la fuerza militar como una forma de resolver los conflictos entre países.
Los peores presagios han reaparecido con el reciente ataque de Rusia sobre una base militar de Ucrania (Yavoriv), a 25 km de la frontera polaca. Dicho de otro modo: la distancia que nos separa de una tercera guerra mundial es menor de la que hay entre Madrid y Torrejón. Sabiendo que Polonia es un Estado miembro de la OTAN cabe preguntarse si no estaremos ante una provocación de Putin para forzar una negociación a partir de una situación ventajosa para los intereses de la Rusia expansionista que sueña un exespía de la KGB con pecho de hormigón.
Por supuesto que Putin sabe que un ataque a uno de los miembros de la OTAN es considerado un ataque a todos los demás (artículo 5 del Tratado de la Alianza Atlántica) y que la percepción de inseguridad de un miembro de la UE (casos de Finlandia y Dinamarca) reactiva el artículo 42 del Tratado de Lisboa, similar al 4 de la OTAN, que garantiza el arropamiento militar a los países que se sientan amenazados.
Estas referencias normativas a dos organizaciones del mundo occidental (OTAN y UE) nos remiten inmediatamente a otra referencia mucho más amplia, por ser de alcance global. Me refiero a la Carta de las Naciones Unidas: como una Constitución escrita para la comunidad internacional alumbrada después de la segunda guerra mundial.
En ella los países miembros de la ONU, incluida Rusia, se comprometen por escrito (punto 4 del artículo 2) a no usar nunca la fuerza militar contra “la integridad de cualquier Estado”, a fin de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles”.
Es el dogma básico del derecho internacional vigente a raíz de los horrores de última guerra mundial. Un tanto olvidado en el devenir de la guerra de Putin. Los europeos estamos unidos por la buena causa de la solidaridad con el pueblo ucraniano. Pero eso nos ha hecho olvidar que Putin llegará hasta donde lo dejemos llegar. La solidaridad no sirve para frenarlo si, además, no reactivamos el derecho internacional y la actuación de sus tribunales (Corte de Justicia y el Tribunal Penal de La Haya). Eso por las buenas. Y por las malas, solo queda el único lenguaje que Putin entiende: la respuesta militar. Las dos vías siguen abiertas.