El libro famoso de John Reed, ‘Diez días que estremecieron al mundo’ (1919), sobre los acontecimientos de la revolución rusa de octubre de 1917, vuelve a estar de moda. Diez semanas es lo que, de acuerdo con las estimaciones de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que es la única que se atreve a aportar datos en España, podría durar, como máximo, la invasión rusa de Putin a Ucrania. Diez semanas que ya están estremeciendo al mundo hasta límites que, claro, el periodista comunista Reed no podría haber imaginado hace ciento cinco años. Ahora, claramente todo puede ser aún peor. ¿Será posible evitarlo?
Porque ahora Joe Biden, el presidente norteamericano comprometido bastante a fondo con la causa ucraniana, habla de que si la invasión rusa llega a territorio OTAN podría desencadenarse una tercera guerra mundial. Y ya nos dijo Einstein que la cuarta sería con palos y piedras. Las palabras las carga el diablo, y Biden ya ha demostrado, con sus avisos sobre lo que iba a ocurrir en Ucrania mientras Europa se limitaba a esperar que todo quedara en bravatas del Kremlin, que no habla en vano. Tampoco olvidemos que el director de la CIA, William Burns, ya nos advierte: “Vienen unas semanas feas”. Que, ya digo, han comenzado a estremecernos a todos, desde los que mantienen fronteras con Ucrania y Rusia hasta los que, más al Oeste, nos sentimos engañosamente algo más a salvo del neo-zar/neo-bolchevique Putin.
Creo que no nos estamos enterando de gran cosa sobre lo que sucede en las entretelas negociadoras: prima, en esta guerra, la batalla de la desinformación. Sabemos, sí, que Kiev podrá resistir como máximo diez días, y entonces estará a punto de cumplirse un mes desde que, mintiendo sobre sus intenciones, el Kremlin aseguró que no entraba en sus planes la invasión, y Europa quiso creerle.
Ahora, Europa acelera su apolillada política defensiva: ¿cómo olvidar que, hace apenas ocho años, Pedro Sánchez podía declarar que él aboliría el Ministerio de Defensa? Hemos de reconocer que el actual presidente español ha madurado con los años y con las circunstancias, al menos en política exterior: ahora prepara una gira europea en un intento de encabezar un movimiento para ‘desgasificar’ la factura de la luz y de la energía. Una gira que también servirá para divulgar el previsto aumento español en gasto defensivo, que sigue siendo menor de lo que pide la OTAN, y, claro, para preparar la ‘cumbre atlántica’ de junio en Madrid.
Figuro entre quienes creen que, con todas las deficiencias, Sánchez no está haciendo mal papel en este conflicto. Pero me parece preocupante que, en el último encontronazo parlamentario entre Gobierno y oposición, el gran debate fuese si la inflación que nos devora está o no provocada en exclusiva por Putin. Lo que importa es la advertencia de Burns: “Vienen semanas feas”.
Reed llegó, a duras penas, a imaginar una Europa dividida como consecuencia de la revolución bolchevique. Ni él, con su buen hacer literario y su gran imaginación, ni, en la actualidad, el ‘superministro europeo de exteriores’ Borrell, ni su jefa von der Leyen, ni, menos Margarita Robles con un CNI que parece tragado por la tierra, ni el jefe de la señora Robles, serían capaces de diseñar ni siquiera aproximadamente lo que vaya a ocurrir no ya en las próximas diez semanas, sino ni siquiera en los próximos diez días. Que es cuando, dicen los que fungen de expertos, podría caer Kiev bajo las bombas rusas. Eso, claro, va a estremecernos aún más de lo que ya lo están provocando las imágenes que vemos en los periódicos. Y entonces ¿qué?