Sigo sin alcanzar a comprender por qué un presidente autonómico, que acepta serlo y, por tanto, estar integrado en el Estado, se niega a dar la mano a quien es el jefe de ese Estado. Las reglas del juego se varían ganando en los parlamentos, que es donde se aprueban las leyes, y no con actos que en ocasiones no dejan de ser una descortesía algo pueril. Me refiero, claro, al último episodio de ‘cobra’ del presidente de la Generalitat catalana, Pere Aragonés, con el Rey en la isla de La Palma. Como si ofrecerle la mano tendida a Felipe VI fuese un favor que se le hace al monarca, y no al revés. En fin, ya se sabe que la política es el noble arte de cultivar el ego.
Lo malo es que el ejemplo cunde.
Ese vídeo lamentable, por ejemplo, en el que los nuevos procuradores ‘de izquierda’ castellanoleoneses rechazan estrechar la mano del presidente de las Cortes, porque resulta que, en virtud del acuerdo suscrito para formar gobierno, pertenece al partido Vox, es otro ejemplo de lo que digo. Creo que un país democrático lo es en parte porque asume las formas, y no solo el fondo, de lo que es una democracia. Otra cosa sería asemejarse a lo del dictadorzuelo turco Erdogan, ignorando en una recepción a la presidenta de la Comisión Europea por ser mujer.
Me gustó la conferencia de presidentes autonómicos del pasado domingo en La Palma por lo que significó de --cierta-- cordialidad entre los presidentes autonómicos, que son los que tienen detrás poder territorial y votos que los sustenten. De ahí que piense que lo de Aragonés, persona por lo demás amable y hasta cortés en lo que he conocido, es solo una manera de dar la nota. Desafinada, por cierto.
Muchas veces he dicho que la mano jamás se niega. Yo se la daría a Putin, a Otegui –salvadas sean las diferencias–, a quien, desde Vox, ha dicho que los periodistas somos ‘unos lacayos’. Como se la he dado, a lo largo de mi carrera, a gentes que no me merecían sino repugnancia. Porque darle la mano, y hasta abrazar, a gente que piensa como uno mismo es lo fácil, y no nos enriquece. El diálogo mirándose a los ojos es lo que nos salva del conflicto continuo, que es cosa que solamente gusta a quienes son como el déspota ruso , que permite que quien es el jefe de la diplomacia sea un tipo que no sonríe jamás, como él mismo. Y así les va a ir, confío