E l reloj del galgo se ha detenido en ese primer segundo de su sempiterna esperanza en la bondad del hombre; lo han dejado fuera de la Ley de Protección Animal aprobada por esa ajustada mayoría de precarios acuerdos que solo buscan salvar leyes, gobiernos y componendas.
Legislar es el oficio preferido de nuestros gobernantes, legislarlo todo por el simple hecho de hacer que hacen, de demostrar que tienen sensibilidad, que saben escuchar, cuidar y socorrer, y todo eso sobre el papel, haciendo el papel, estando en su papel.
En esa misma línea se ha aprobado esta norma, la mala expresión de una buena voluntad, necesaria y justa, cómo no, pero que como tantas otras leyes no guarda fundamento. Se atiende a las mascotas, en su mayoría, bien cuidadas y queridas, y se deja fuera a los perros de caza y pastoreo, como si ellos no fuesen animales, sino meras herramientas, objeto de usar y tirar.
Oigo a algunos grupos justificar su decisión de votarla argumentando que eso es mejor que nada, como si eso fuese algo, cuando de verdad la voluntad es proteger a los animales sin excepción. Lo puedo entender en esas sociedades de intereses que son los nacionalistas, a los que les está permitido votar leyes sin atender a la justeza de sus fines, si con ello obtienen algún beneficio, ese es el techo ético que se les exige. Pero cómo entenderlo de Podemos y demás grupos de progreso, sino es en la clave de afirmar que efectivamente progresan.